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Big Bang

Caminaba solo, porque la compañía para él era un lujo por el que había que pagar, y por su camino se cruzaron un par de veces leves lujos de largas piernas, impulsándole a tararear inconscientemente stairway to heaven. Se dirigió a EL bar en blanco y negro, se sentó en LA silla, llamó a EL camarero y pidió LA cerveza, y el tiempo suspendido en claroscuro esperando la pulsación del disparador cogió velocidad como un tocadiscos antiguo, hasta que la música fue reconocible. No se acordaba de su verdadero nombre, le llamaban big bang, porque cada noche se expandía para luego contraerse hasta su posición original, siempre exactamente igual. Ni siquiera era un buen mote porque no se sabe muy bien si una vez que el universo acabe el proceso de entropía volverá a expandirse, y si todo ocurrirá exactamente igual que la vez anterior. Que más da, todos los motes son estúpidos. Acabó y pagó, salió, pisó la calle, miró atrás y pisó a una chica; aquí valdría la pena abrir un inciso para decir que tenía un verdadero don para salir de tales situaciones sin hacer ondas en el agua, como si nunca hubiera estado allí. Inadvertido. Si en vez de un físico le hubiese puesto el sobrenombre un biólogo y alguien se molestara en usarlo serían probablemente tres o cuatro palabras extrañas empezando por síndrome que aludirían a alguna extraña paradoja antireproductiva que no ha recibido castigo en el sistema de evolución natural. El también hizo el inciso allí en medio, lo curioso del caso es que cuando volvió a levantar la cabeza seguía allí, él no, la chica… bueno él también pero eso se presupone a menos que seas nihilista perdido. Deja de incordiar y escucha: la chica, extraño asunto, estaba mirándole con cara de sorpresa como esperando algo, una explicación o al menos una muestra palpable de embriaguez, pero todo esto matizado con una curiosidad así como humorística, igual que el rocío una mañana sobre la hierba matiza el hecho ineludible de que es muy temprano, hace un frío del carajo y la gente no debería madrugar tanto, al menos yo no. La miró fijándose por primera vez en ella (al igual que la entropía era lento para algunas cosas) y le gustó. Las tías no deben de ser perfectas, porque entonces te encuentras un día haciendo gilipolleces mayúsculas dejando bien a las claras que si hace falta palmas por tu dulcinea, y si no hace falta pues también, que coño, así que alguien descubrió una vez que una imperfección en por lo demás una tía “perfecta” es el marco que encuadra un paisaje con más profundidad que la simple maestría técnica de la que tira el dios creador de turno… y en fin, que tener algo así te hace desear vivir para seguir viéndolo, que sale mucho más a cuenta que lo primero, vamos digo yo, es como cuando en uno de estos momentos de perfección supremos dices, joder me moría ahora, pero luego pasan y dices joder, pues ya no me apetece morirme tanto y esas cosas. El sonrió, ella sonrió y le dio por pensar lo mucho que le gustan las garzas y se lo dijo —¿te gustan las garzas? —¿qué? —no importa, te invito a algo—y la entropía se demolió. En el oscuro vacío estelar de una habitación de hostal barata en Barcelona el demiurgo se dio la vuelta en la cama, solo, y empezó a pensar en una chica como si cambiase mentalmente la cara del vinilo, y big bang desapareció como si nunca hubiera estado allí, porque tenía ese don, y ni siquiera pudo gritarle al creador en duermevela “cabrón!”, porque los personajes de ficción no tienen derechos, y si los tienen no van por ahí y de todas formas lo que de verdad necesitan es un buen sindicato.

Ridar.


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